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Guajira: La tierra de nadie en donde la iglesia cristiana lucha por sobrevivir

La migración masiva y descontrolada de venezolanos a Colombia es una bomba de tiempo, en la ciudad fronteriza de Maicao se entremezclan la corrupción, la violencia y el abandono, en medio del crecimiento y empoderamiento constante del islam radical y las amenazas constantes por parte del crimen organizado a la iglesia cristiana.

La ciudad de Maicao se levanta en medio del cálido y agreste desierto que divide Venezuela con Colombia en un cruce fronterizo llamado Paraguanchon, un pequeño lugar dominado por la corrupción, la violencia y el abandono estatal. En este cruce según los locales es frecuente la desaparición de personas que ante la necesidad de huir de Venezuela optan por caminos alternos en donde criminales esperan a los inmigrantes para robarlos y luego desaparecerlos en el desierto. A diario este cruce es utilizado por miles de venezolanos que huyen de la violencia y la persecución política de su país y buscan en Colombia trabajo, comida y seguridad.

Según cifras de Autoridad Migratoria actualmente hay 470.000 venezolanos registrados en Colombia, estas cifras son constantemente rebatidas ya que según registros oficiales por los puntos fronterizos han pasado 1 millón de venezolanos que han llegado a Colombia en búsqueda de empleos temporales, medicinas y productos básicos, en su mayoría estos migrantes no regresan a su país; Por otra parte no hay registro ni cálculo de cuantas personas migran a Colombia de forma clandestina a través de los 2219 kilómetros de frontera que comparte Colombia con Venezuela.

Ante esta crisis la iglesia cristiana local afirma sentirse impotente ya que sin importar las medidas de contingencia todas terminan siendo insuficientes: “Yo trato de hacer el máximo que se pueda por ellos (Migrantes), voy a las plazas donde ellos están y si puedo les ofrezco algo de comida, los aconsejo y los consuelo en medio de su necesidad, muchos de ellos son cristianos, pero ante la crisis se han alejado de su fe” Pastor Ernesto*

Y es que la iglesia cristiana local no solo enfrenta el problema de la inmigración, sino que durante décadas ha resistido los intentos del crimen organizado para acallar su voz en medio de la cultura del crimen que se ha impuesto en esta zona del país. “Mi iglesia está a unos pocos metros de una de las casas de los líderes criminales de la zona, durante mucho tiempo ellos restringieron los horarios de los cultos y las vigilias, les disgustaba la presencia de cristianos en el sector, mi vida estuvo bajo amenaza por muchos años” Pastor Ernesto*, El caso del pastor Ernesto no ha sido el único, ya que por muchos años la iglesia cristiana ha sido vigilada, hostigada y restringida  por los líderes del crimen organizado, que han buscado controlar las acciones y denuncias de los pastores. Al día de hoy algunas iglesias persisten en mantener un mensaje de denuncia y transparencia trayendo con esto violencia y restricción de culto, otras iglesias por su parte han decidido guardar silencio y acogerse a las reglas que imponen las autoridades criminales para salvaguardar su integridad.

Los “musulmanes” son los dueños de todo

El éxodo masivo proveniente del vecino país, no solo trae consigo el drama social de millares de inmigrantes sin hogar ni alimentos, sino que también se ha visto reflejado en el aumento de la población musulmana venezolana en la Guajira que se suma a la fuerte presencia islámica en la región. Desde la instauración del gobierno de Hugo Chávez, el gobierno venezolano dio inicio al intercambio, comercial, militar, cultural y religioso con Irán, como resultado Venezuela ha favorecido la presencia musulmana de las minorías étnicas chiíes, estableciendo fuertes lazos con la comunidad de Hezbola* según señalan investigaciones estadounidenses. En la actualidad y en el marco de la crisis económica y social que afronta Venezuela ha sido considerable el aumento de musulmanes en la Guajira, un lugar propicio todo tipo de actividades comerciales legales e ilegales debido a la falta de entes de control.

Sábado 11 de la mañana, por las calles inundadas de Maicao se ve gente ir y venir por los estrechos pasadizos del mercado, negros vendiendo comidas, indígenas wayuu hablando en su lengua tradicional el wayunaiki, venezolanos con su inconfundible acento ofreciendo harina y productos de aseo, y en los amplios locales al lado de inscripciones árabes colgadas en las paredes, venden y compran mercancías los mercaderes de la comunidad “Árabe”, compuesta por libaneses, palestinos, jordanos y sirios, que inmigraron a Colombia en los años 70.

Fieles y radicales seguidores del islam y sus costumbres, la comunidad “árabe” del norte del país ha avanzado a pasos agigantados en la expansión de sus límites económicos y comerciales, siendo en este momento la fuerza económica más fuerte de la zona, “…los edificios, los hoteles y todos los negocios que más dan ganancia, son propiedad de los árabes, ellos son los dueños de casi todo acá” Leonardo García* comerciante local. A menudo los musulmanes comparten su fe entre los locales encontrando en estos una acogida que aumenta cono el pasar de los años, de hecho, es usual ver a habitantes de la zona asistiendo a la mezquita Omar Ibn Al-Jattab, una de las edificaciones más grandes de la ciudad y después de la mezquita de Caracas, la tercera mezquita más grande de Latino América. Muchas pobladoras locales han visto en la fe musulmana una eventual salida a sus problemas y una forma casi segura de salir de la pobreza reinante de la región.

Maicao se sostiene tensamente en medio del candente desierto del norte del país, una región en donde indígenas tradicionales wayuu, poblaciones cristianas, radicales musulmanes, miles de inmigrantes venezolanos y numerosos criminales se disputan el control de la zona a través de la violencia, la religión y la política en un crisol cultural y religioso que alerta tempranamente sobre la situación de la iglesia cristiana del lugar, que desde ya se ve gravemente afectada por la violencia, el caos y la intimidación, cocinando a fuego lento un escenario en donde la iglesia cristiana se hace día tras día más vulnerable.